Una de las cosas de las que me di cuenta en el momento que decidí empezar con mi trabajo personal, era mi poca capacidad de conectar con mis emociones y sin embargo inconscientemente sabía que algo dentro de mí me estaba estrangulando. Soy una persona bastante reservada y mostrar esa debilidad, o lo que mi inconsciente considera que es una debilidad, se me hacía bastante duro.
Es increíble como nuestra mente a base de experiencias y creencias que vamos forjando con el paso de los años, confecciona un perfecto plan de acción para que de manera casi automática y en la que, sin apenas darnos cuenta, nos lleva por el camino que ella considera que es el correcto. Pero si algo he aprendido, es que eso no es cierto. Y que todas esas sombras y creencias que dirigen nuestro camino no son más que retos que todo ser humano ha de superar. Porque por mucho que no quieras mirar algo, al final de una manera u otra acaba saliendo.
Cierto es que la educación no ha ayudado mucho en ese sentido, porque si señores, la tristeza forma parte de nosotros, así como la rabia, el miedo… y cuál es tu sorpresa, que tras años y años evitando conectar y hacer caso omiso a su presencia, te enteras de que no son más que un mecanismo de nuestro cuerpo para alertarnos de que algo no está funcionando bien, o que, por supuesto, tenemos derecho a sentirnos mal por una situación, cosa que, a mí, a día de hoy, me cuesta bastante reconocer.
Lógicamente era algo que tenía que romper, porque si mi cuerpo me estaba alertando de algo, yo decidí pasarme 35 años ignorándolo. Suena hasta gracioso, pero lo peor de todo es que está tan forjado ese mecanismo que aun sabiendo que es lo que tengo que hacer, me sigue costando un montón. Bueno, ya se sabe que el camino nunca es fácil.
Muchas veces vivimos experiencias tan sumamente dolorosas que nuestra parte racional no es capaz de gestionar, o ni siquiera de entender, lo que supone, que es nuestro inconsciente el que decide cómo va a gestionar dicha situación, y un órgano tan perfecto y tan focalizado en proporcionar nuestra supervivencia, como lo es nuestro cerebro, no iba a permitir que volviésemos a experimentar un dolor similar. ¿Y qué hace? Lo guardará en el archivo y llevará a cabo cualquier tipo de manipulación para que ahí, tú, no vuelvas a entrar nunca más. ¿Cuántas veces me habré preguntado porque reacciono así? ¿Por qué me machaco de esta manera? ¿Por qué focalizo mi atención en cosas que en el fondo son insignificantes? Pues ahí lo tenéis. Ahí está nuestra perfecta herramienta.